A finales del siglo XIX, el mundo vitícola sufrió un cataclismo, la "crisis filoxérica".

 

Este eufemismo esconde en realidad una verdadera guerra con una ocupación extranjera que dura ya ciento cincuenta años.

La casi totalidad del viñedo europeo ha tenido que ser reconstituido, a partir de viñedos injertados sobre raíces americanas, resistentes a los ataques del pulgón filoxera.

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Un tercio de la superficie de los viñedos se ha perdido.

 

Francia ha abandonado su supremacía mundial y muchos viticultores han huido a Argelia y Sudamérica. Los viñedos de calidad de las montañas han sido abandonados.

 

Las aldeas han sido desertificadas por el éxodo hacia las llanuras, donde la producción intensiva, asistida por fertilizantes nitrogenados, la química y la mecanización, han revolucionado definitivamente la viticultura.

 

Pasó de ser intensiva a extensiva, convirtiéndose en contaminante, industrial y química.